martes, 27. agosto 2002
En el mar, la vida es más sabrosa I
Gustavo
01:15h
El sábado pasado fui de pesca; tomamos carretera acompañados por un aguacero que nos hizo pensar que todo se suspendería, pero no, a eso de las 7 de la mañana el sol comenzó a levantarse en el horizonte y fue el momento para que subiéramos a un par de lanchas y enfiláramos rumbo al mar. Para alguien como yo, que siempre ha vivido en la ciudad y que a pesar de tener el Golfo de México a una hora de casa pocas veces lo visita, la sensación es difícil de describir: al momento de hacer contacto con el mar, grandes olas chocando contra la frágil embarcación y mar adentro un movimiento eterno que marea al que no está acostumbrado a estar ahí. La luz del sol al amanecer le da al agua un color que me hizo recordar aquellos lugares cercanos a volcanes, ese tono gris tirando a metálico que se parece al malpaís, que no es más que lava seca... pero no, lo que veo es agua, por todos lados, sólo agua moviéndose rítmicamente, hasta parece algo sólido. Los pescadores que nos dejaron subirnos a sus embarcaciones son pobres, sus lanchas con motor fuera de borda (de unos sesenta mil pesos, o seis mil dólares más o menos) es su única propiedad y las adquirieron con un crédito que pagarán en varios años. Usan anzuelos amarrados a hilo de nylon con sardina como carnada para atrapar petos, peces largos y de color gris con manchas verdes o azules, de unos seis kilos según pude verlos. Atrapamos 15 petos en nuestra lancha, los comimos mas tarde, en tierra firme, en cebiche y fritos también; alcanzaron para todos y para traer a casa para la familia. La emoción de sentir que picaban en tu anzuelo es indescriptible y paga con creces las horas bajo el sol quemante. Ellos, los pescadores, viven de esto, pero aún así se emocionan, se les nota en los ojos. ... Link |
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